Hace
unas semanas, mi hija de 10 años me comentó algo que ocurrió en el colegio.
Durante
el recreo, se acercó a uno de sus compañeros, que estaba llorando con muchísima
angustia. También había otros amiguitos alrededor, tratando de consolarlo.
Este
compañerito estaba terriblemente angustiado por la enfermedad grave de un ser
querido, y lloraba amargamente pues ya había perdido personas muy cercanas
antes. No quería contarle su tristeza a su madre, para no angustiarla aún más.
Estaba destrozado, asegurando que la vida ya no tenía sentido. Sus amigos
trataban de animarlo, pero no había forma.
Entonces
mi hija me dice: “Yo no quise interferir con mis sentimientos, porque a mí no
se me murió nadie tan cercano como a él. Los demás trataban de decirle cosas
lindas para alegrarlo, pero a mí no me pareció hacerlo”.
Lo
que sí hizo, en cambio y dada la gravedad de los comentarios del niño, fue
contarle lo sucedido a una maestra a quien consideró sensible y confiable, para
que fuera un adulto el que pudiese hacerse cargo de la situación y contenerlo
adecuadamente.
Me
sentí muy conmovida y orgullosa, debo admitir, por la actitud empática y de
profundo respeto de mi hija.
Rescato
incluso la palabra que usó: INTERFERIR.
Ella,
con sus 10 años se dio cuenta perfectamente que expresar sus sentimientos en
base a sus vivencias, no aliviarían el dolor de su amigo, sino que serían una
interferencia. En su expresión “ a mí no se me murió nadie tan cercano”, estaba
implícito el mensaje: “yo no puedo saber qué se siente perder a alguien tan
querido. ¿Qué podría decirle? Todo lo que le diga no tiene sentido”.
Era
evidente que trataba de ayudarlo, pero que al mismo tiempo fue capaz de captar
la profundidad del dolor de su amigo, ante lo cual no tenía punto de
comparación con sus experiencias, y optó por "no interferir", solo
acompañar. Pero también tuvo en cuenta el pedido de ayuda, y por eso acudió a
un adulto.
Como
ven, los niños son por naturaleza empáticos.
Y
lo son aún más cuando crecen escuchados y acompañados con respeto y empatía.
Aunque no siempre nos salga, aunque muchas veces sea difícil. Aun así, todo lo que hagamos con amor, respeto y
empatía, los niños lo reciben, lo vivencian y lo incorporan a su forma de vida.
Aprendamos
de la empatía de nuestros niños. Ellos son nuestros más grandes maestros.
Andrea García Moral -
counselor
ENFOQUE AL SER – Consultoría psicológica
Facilitación
de procesos de cambio y desarrollo personal, desde el Enfoque Centrado en la
Persona y el pensamiento Junguiano.
Consultas: enfoquealser@gmail.com
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