Acepto
los cambios, porque los cambios vendrán, sean esperados o no. No hay nada que
pueda hacer para cambiar lo que no puedo cambiar, ni influir sobre lo que está
fuera de mi alcance. Cuando dejo de resistirme a los cambios, todo se despeja y
algo nuevo aparece.
Esto
es lo que aprendí recientemente.
Somos
seres cíclicos, sujetos a los ritmos de la vida y la naturaleza.
Y
no hace falta mudarse al campo. Sólo hace falta detenerse y observar.
Por
ejemplo, yo no sabía que las plantas, cactus y crasas también cumplen ciclos de
descanso y actividad, al igual que los árboles. Las regaba y fertilizaba, más o
menos según creía mejor. Cuanto peor se ponían, más les alimentaba para que se
“reanimaran”. Obviamente varias morían.
Hice
un curso y aprendí a observarlas y
cuidarlas mejor. Y se salvaron más plantas, para alegría mutua.
Sabiendo
esto, un día me observé a mí misma. Y
descubrí que yo también tenía ciclos, y que tampoco me los respetaba (y no
hablo del ciclo menstrual, eso irá en otra nota).
Me
forzaba todo el tiempo a rendir al mismo nivel (lo más alto posible), y cuando
no podía me frustraba mucho y lo consideraba un fracaso personal.
Entonces,
luchaba aún más por superarme, me forzaba para buscar nuevas formas, nuevas vías de comunicación, nuevas
actividades. Cuando lo lograba me sentía bien, Cuando no, me angustiaba,
culpaba y me daba por vencida.
Esto
sólo acumulaba ansiedad (en sostener los logros) y frustración (cuando ya no
podía hacerlo).
Hasta
que empecé a observarme y registrar mis propios ciclos de energía. Un día empecé
a soltar de a poco las riendas del control, y dejarme guiar.
Así
descubrí el alivio en dejar de remar contra las mareas, y que no existía tal
cosa como logros y fracasos.
Descubrí
que yo también pasaba por ciclos de actividad, donde todo florecía con
facilidad, y ciclos de reposo, donde
todo se frenaba y dificultaba.
Al
dejar de luchar mi ansiedad bajó, y por estar más tranquila aumentaba mi poder
de observación e intuición.
Pude
empezar a percibir las semanas en que estaba en “actividad”, aprovechándolas para
escribir, crear, hacer lo que surgiera en ese momento. Navegaba mejor con la
marea alta, pero sabiendo que pronto iba a cambiar.
Y
cuando percibía que las cosas comenzaban a trabarse, mis ideas no venían, mis
fuerzas se agotaban, me daba cuenta que entraba en mi período de “reposo”. La
marea había bajado. Y lo aceptara o no, remar
en la arena era imposible. Entonces
hacía otras cosas, adecuadas al momento interior. Sumamente útiles y necesarias
también. Incluso permitirme descansar, si era posible.
Y
esto es lo que estuve aprendiendo en estos meses.
En
esta lucha de ansiedad y frustración estuve años, casi toda mi vida. Y aún me
cuesta no poder salirme, porque está automatizada en mí.
Todo
nuevo aprendizaje lleva tiempo. Pero los resultados me traen tanta paz, que me
permiten aceptarme cuando flaqueo y vuelvo a entrar en la lucha conocida. Y
cuando no logro aceptarme, mis guías y afectos están allí para abrazar lo que
rechazo en mí, y ayudarme a estar en armonía otra vez.
Es
aprendiendo a quererme y respetarme, que puedo dejar de luchar por ser alguien.
Porque
ya soy. Estoy siendo. Y bloqueo lo que
soy al querer luchar.
Andrea García Moral
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