jueves, 1 de octubre de 2015

Caemos profundo para recuperar aquello que debemos integrar



Imagen: Mary Blair


No importa que tan bien nos levantemos en la mañana.  Hay hechos o situaciones puntuales que actúan como disparadores y nos cambian el ánimo rotundamente. 

Yo los llamo las puertas trampa. Es como si fueran  mágicas puertas ocultas en el suelo, que se abren bajo nuestros pies en cuanto las pisamos y nos arrojan a profundos pozos oscuros y horrendos.

De pronto, una situación o conversación de lo más común, se nos vuelve dolorosa, opresiva  y pesada. Lacerantemente angustiante.  Y sin embargo, luchamos contra esa sensación pues no encontramos ningún motivo para sentirnos así, pues el tema es de lo más normal o trivial y no ha sucedido nada extraño. 


Tratamos de sonar coherentes  y de expresar la opinión adecuada o las palabras justas, pero interiormente luchamos contra una tormenta tropical que viene arrasando.

Y cuanto más nos esforzamos en ocultar esas sensaciones “irracionales” más fuertes se hacen. Finalmente, logramos salir de la situación que nos atormenta,  y tratamos de seguir el día como si nada hubiese pasado. Pero quedamos agotados, y seguramente malhumorados. 

Y no me refiero a peleas a la vista, tormentas externas e internas dolorosamente visibles.

 Hablo de hechos que, a simple vista, a cualquier extraño le parecerían triviales, pero que a nosotros nos han agobiado y angustiado al punto de arruinarnos gran parte del día. Hasta que algo ocurre (trabajo, tareas, amigos) que nos distrae de esa angustiosa sensación que deseamos dejar atrás a toda costa. 

Lo que nos derrumba es precisamente eso invisible que nos ocurre y que no entendemos. 

Y es que en esos momentos de puertas trampa, lo que se resquebraja es nuestra ilusión de que somos personas sólidas, coherentes y sobre todo unificadas. Que cuando decimos “yo pienso”, o “yo siento”, pensamos que es así, que somos un solo y ordenadito “yo”. 

Estas situaciones disparadoras nos rajan el velo de la ilusión espacio-tiempo, y entonces  ya no somos un solo “yo-aquí-y-ahora”, sino además muchos “yo-allá-y-entonces” irrumpiendo y luchando por ser escuchados.  Además de los “yo-futuros-y-posibles” que claman ser realizados.

Situaciones pasadas que aparecen violentamente para ser observadas, revividas y tenidas en cuenta. Y que regresan, no importa cuántas veces lo hayamos visto en terapia o qué tan claro lo tengamos. Aún tienen algo para decirnos, algo que debemos aprender, aceptar o integrar, aunque nos resistamos a ello. También se suman aspectos poderosos, ignorados  y sin embargo luminosos, pero aún sumidos en la oscuridad de la sombra.

Todos estos aspectos se funden y empastan en un pequeño y mismo espacio-tiempo. Todos gritan con su propia voz, queriendo ganar su lugar para ser escuchados.

Pueden ser  sensaciones angustiantes, dolorosos recuerdos de la infancia, deberes, mandatos y exigencias pasados y actuales,  ataques feroces de nuestro crítico interior, recomendaciones de “expertos”, opiniones bien intencionadas, críticas hirientes, situaciones de vergüenza y baja estima, y por supuesto, mucho más de lo que somos pero aún no sabemos.

Hoy por ejemplo, todo esto en un diálogo con mi hija y su protesta por tener que ir a gimnasia, porque la última vez no la pasó bien.  Una situación trivial, pero que en mí desencadenó un mundo de sensaciones y exigencias  propias y ajenas, y un doloroso nudo de recuerdos.

Ha habido situaciones peores, por supuesto. Cada uno podrá seguramente recordar  su propia y angustiosa escena de “puerta trampa”.  

Es curioso que en estas cuestiones, prime más lo que opinan los demás que aquello que realmente nos pasa. Siendo que “lo que nos pasa”, es real para nosotros. Constituye nuestra realidad. 

Pienso que empezar a escucharnos y aceptarnos como somos, es un gran paso para aliviar lo que queda tras el paso de la tormenta.

Saber que, ya sea estrecha como un pozo o devastadora como un tsunami, esta sensación que nos irrumpe ante alguna situación disparadora, no nos hace distintos a los demás. Todo lo contrario. Son oportunidades para saber que tenemos asuntos pendientes que requieren atención y lo más importante: amor, aceptación e integración.

Si sabemos escucharnos, con amor y empatía, nos daremos cuenta que estamos llenos de recursos para poder recuperar e integrar todos estos aspectos que por años hemos pretendido olvidar o ignorar. Contamos con la fuerza necesaria para escucharlos y recibir su mensaje, en el momento adecuado.

Y al integrar lo rechazado, los temores desaparecerán, y nosotros creceremos en confianza y humanidad. Pues ser conscientes de nuestras propias debilidades nos permite ser más comprensivos con las debilidades ajenas.

Y en este crecimiento, ganamos todos.

Andrea García Moral – counselor
ENFOQUE AL SER  Consultoría Psicológica
El Enfoque Centrado en la Persona, desde una mirada Junguiana
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