martes, 29 de julio de 2014

Creencias encapsuladas e invisibles





Estos días me di cuenta una vez más del poder invisible que tienen nuestras creencias, sobre todo cuando se establecen durante la niñez. Y la potencia e invisibilidad de su accionar, a través de los años. 

Yo siempre sostuve que me era imposible tejer al crochet. Una nulidad total. Cuando mi hija trajo esas pulseritas que se tejen con  banditas de goma, de pronto me dieron unas ganas bárbaras de aprender a tejer al crochet. Y un día me animé y compré aguja, lana, y me puse a ver en YouTube algunos videos paso a paso. 

Al principio, hacer una simple cadena de puntos me costó un montón. Pero no abandoné. Seguí  insistiendo y practicando. Me propuse hacer solo un pequeño rectángulo donde probaría los distintos puntos. Lo tejí y destejí  muchas veces, hasta que me consideré lista para pasar a algo más importante. 

Ahora estoy intentando tejer un sencillo gorro de lana. La banda inicial la tejí y destejí creo que tres  veces, tanto me costaba, a pesar de haberlo practicado. Pero lo maravilloso era que no me importaba, ni me fastidiaba. Simplemente, deshacía lo hecho y volvía a empezar. Por supuesto, cada vez me salía mejor que la anterior.

Y pensé, ¿cómo es que antes no me animaba a tejer y ahora sí? Bueno, mucho tiene que ver con la impronta tan fuerte que nos queda grabada, con la exigencia y la autoestima, con la confianza en nuestras capacidades. 

Todavía recuerdo aquella pequeña cadeneta, y esa flor eternamente inconclusa, de mis torpes primeros pasos en el crochet, cuando tenía 9, 10 años quizás. Recuerdo la frustración (mía y de mi mamá) porque no me salía algo que aparentemente tenía que ser fácil. Recuerdo el fastidio de ambas, mi vergüenza, y recuerdo también haberme rendido, diciéndome: “el crochet es muy difícil, no es para mí”. Y así, encapsulado, guardado, quedó ese mensaje vivo, invisible pero siempre activo, durante 35 años, repitiendo con admiración hacia quienes sí sabían tejer al crochet: “¡qué bien que te sale! Pero yo no sirvo para el crochet, a mí no me sale”. 

¿A mí? ¿O a la niña de 10 años?

Hicieron falta 35 años para darme cuenta de que yo también podía disfrutar de aprender a tejer al crochet. Para que ese “no puedo” se transformara en un “voy a intentarlo otra vez”.

Claro está, que en este caso el desafío es para conmigo misma. La señora que subió el video a internet no se enoja si yo lo pauso a cada minuto, y ni se entera si tejo y destejo una y mil veces. No hay amenaza (real o imaginada) a mi autoestima ni la temible autoexigencia de ser perfecta.

Y así, punto a punto, hilera a hilera, me concentro, me divierto  y me pregunto cuántos otros mensajes encapsulados, vivos,  siguen diciéndome que “no sirvo para”, simplemente porque en algún momento de mi vida, lejano o cercano, realmente no pude.

Ecos de circunstancias que antes fueron ciertas, pero que ahora pueden ser diferentes, porque yo ya no soy la misma. 

Cuando estoy lista, ese viejo deseo, esas ganas, surgen espontáneamente y me mueven a intentar cosas nuevas. De nada sirve que me lo señalen de afuera. No, tiene que ser genuino, venir de adentro.

Cuando no me siento amenazada, cuando me permito equivocarme y volver a empezar, pasan cosas maravillosas. No por lo grandiosas, sino por lo importantes que son.

Quizás tan humildes y tan simples como unos puntos de crochet.



Andrea García Moral – counselor en ENFOQUE al SER

Acompañamiento psicológico para una mejor calidad de vida.

Seguinos en Facebook:  www.facebook.com/enfoquealser



jueves, 3 de julio de 2014

No hay miedos pequeños






¿Cuántas veces escuchaste, o te dijiste, en tono despectivo:  “no hace (tal cosa, tal cambio) porque tiene miedo”?  

Nos culpamos por sentir miedo. Entonces al miedo le agregamos la culpa y la exigencia. Y después nos preguntamos cómo es que estamos tan agotados y desesperanzados ¿ cómo no estarlo, con mochilas tan pesadas?

Sentimos miedo ante una amenaza física o emocional.  En ambos se juega una pequeña o gran parte de nuestra vida.

Miedo a la soledad, al abandono, al qué dirán, al fracaso, al juicio y al destierro de nuestro grupo de amigos, colegas, familia, comunidad. Todos ellos tienen algo en común:  el miedo a no ser queridos.