jueves, 3 de julio de 2014

No hay miedos pequeños






¿Cuántas veces escuchaste, o te dijiste, en tono despectivo:  “no hace (tal cosa, tal cambio) porque tiene miedo”?  

Nos culpamos por sentir miedo. Entonces al miedo le agregamos la culpa y la exigencia. Y después nos preguntamos cómo es que estamos tan agotados y desesperanzados ¿ cómo no estarlo, con mochilas tan pesadas?

Sentimos miedo ante una amenaza física o emocional.  En ambos se juega una pequeña o gran parte de nuestra vida.

Miedo a la soledad, al abandono, al qué dirán, al fracaso, al juicio y al destierro de nuestro grupo de amigos, colegas, familia, comunidad. Todos ellos tienen algo en común:  el miedo a no ser queridos. 


Este es un miedo vital que se extiende a más áreas de las que podemos imaginar. Lo sentimos desde que nacemos. Un bebé, aun siendo cuidado y alimentado, puede morir por falta de amor y de mirada afectuosa.

Entonces, el miedo a no ser queridos no es algo pequeño. Está inscripto en nuestro registro como parte vital para nuestra supervivencia.  Así lo sentimos y así lo necesitamos. Claro que al crecer necesitamos despegarnos y encontrar nuestro camino y espacios. Pero para poder alejarnos y transitar por la vida necesitamos haber sentido anteriormente la confianza y el cariño en cantidad suficiente para este viaje. Son parte indispensable de nuestro equipaje.

Si carecemos de la suficiente confianza, autoestima, capacidad en nosotros mismos,  ese primigenio miedo se nos interpone y lo que para otros es fácil o sencillo, para nosotros puede ser un campo de batalla infernal.

Por eso, antes de juzgar al otro, debemos ponernos en sus zapatos y ver las cosas como él o ella las ve, y no como nosotros creemos que son.

El miedo nos viene a decir que hay algo que no está bien con nosotros, con nuestro entorno, o nuestro lugar en el mundo. No siempre es obvio. Una relación violenta es obvia. El por qué permanecemos en ella, o repetimos esquemas, no lo es. 

 El primer paso para descifrar ese miedo es empezar a recibir esa mirada, esa confianza, ese sentimiento de aprecio incondicional. Aun en un espacio de consulta, si el aprecio es genuino, constante e incondicional, es suficiente para poner en marcha el crecimiento y destrabar el bloqueo impuesto por la mirada de los otros, por los juicios de valor. Para que vuelva a circular nuestra vitalidad, seguridad y confianza en nosotros mismos y en nuestras capacidades.


Andrea García Moral – counselor en ENFOQUE al SER

Acompañamiento psicológico para una mejor calidad de vida.

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