Estos días
me di cuenta una vez más del poder invisible que tienen nuestras creencias, sobre todo
cuando se establecen durante la niñez. Y la potencia e invisibilidad de su
accionar, a través de los años.
Yo siempre
sostuve que me era imposible tejer al crochet. Una nulidad total. Cuando mi
hija trajo esas pulseritas que se tejen con banditas de goma, de pronto me dieron unas
ganas bárbaras de aprender a tejer al crochet. Y un día me animé y compré aguja,
lana, y me puse a ver en YouTube algunos videos paso a paso.
Al
principio, hacer una simple cadena de puntos me costó un montón. Pero no
abandoné. Seguí insistiendo y
practicando. Me propuse hacer solo un pequeño rectángulo donde probaría los
distintos puntos. Lo tejí y destejí
muchas veces, hasta que me consideré lista para pasar a algo más
importante.
Ahora estoy intentando
tejer un sencillo gorro de lana. La banda inicial la tejí y destejí creo
que tres veces, tanto me costaba, a
pesar de haberlo practicado. Pero lo maravilloso era que no me importaba, ni me
fastidiaba. Simplemente, deshacía lo hecho y volvía a empezar. Por supuesto,
cada vez me salía mejor que la anterior.
Y pensé,
¿cómo es que antes no me animaba a tejer y ahora sí? Bueno, mucho tiene que ver
con la impronta tan fuerte que nos queda grabada, con la exigencia y la
autoestima, con la confianza en nuestras capacidades.
Todavía
recuerdo aquella pequeña cadeneta, y esa flor eternamente inconclusa, de mis torpes
primeros pasos en el crochet, cuando tenía 9, 10 años quizás. Recuerdo la
frustración (mía y de mi mamá) porque no me salía algo que aparentemente tenía
que ser fácil. Recuerdo el fastidio de ambas, mi vergüenza, y recuerdo también
haberme rendido, diciéndome: “el crochet es muy difícil, no es para mí”. Y así,
encapsulado, guardado, quedó ese mensaje vivo, invisible pero siempre activo,
durante 35 años, repitiendo con admiración hacia quienes sí sabían tejer al
crochet: “¡qué bien que te sale! Pero yo no sirvo para el crochet, a mí no me
sale”.
¿A mí? ¿O a
la niña de 10 años?
Hicieron
falta 35 años para darme cuenta de que yo también podía disfrutar de aprender a
tejer al crochet. Para que ese “no puedo” se transformara en un “voy a
intentarlo otra vez”.
Claro está,
que en este caso el desafío es para conmigo misma. La señora que subió el video
a internet no se enoja si yo lo pauso a cada minuto, y ni se entera si tejo y
destejo una y mil veces. No hay amenaza (real o imaginada) a mi autoestima ni la
temible autoexigencia de ser perfecta.
Y así, punto
a punto, hilera a hilera, me concentro, me divierto y me pregunto cuántos otros
mensajes encapsulados, vivos, siguen
diciéndome que “no sirvo para”, simplemente porque en algún momento de mi vida,
lejano o cercano, realmente no pude.
Ecos de
circunstancias que antes fueron ciertas, pero que ahora pueden ser diferentes,
porque yo ya no soy la misma.
Cuando estoy
lista, ese viejo deseo, esas ganas, surgen espontáneamente y me mueven a
intentar cosas nuevas. De nada sirve que me lo señalen de afuera. No, tiene que
ser genuino, venir de adentro.
Cuando no me
siento amenazada, cuando me permito equivocarme y volver a empezar, pasan cosas
maravillosas. No por lo grandiosas, sino por lo importantes que son.
Quizás tan
humildes y tan simples como unos puntos de crochet.
Andrea García Moral – counselor en
ENFOQUE al SER
Acompañamiento psicológico para una
mejor calidad de vida.
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