lunes, 26 de enero de 2015

El ángel del bongó




En los subtes de la ciudad de Buenos Aires es común encontrarnos con diversos músicos ambulantes.  Con distintos estilos e instrumentos, ya sea solos o acompañados, muchos demuestran tener  talento y hacen de cada viaje algo especial. 

Ayer domingo 25 de enero a la noche, sin embargo, ocurrió algo maravilloso e inusual.  

Volviendo con mi marido e hija de pasar un reconfortante encuentro con la familia, luego de una semana amarga y dolorosa, tomamos el subte D en su cabecera Catedral,  para unos 25 minutos más de viaje. En el vagón estaban dispuestos unos instrumentos de percusión.

Al comenzar el viaje, el músico, un muchacho delgado y de aspecto típicamente bohemio, comenzó a tocar la caja, el bongó y la pandereta, combinándolos magistralmente en una sucesión de distintos ritmos. Era un placer escucharlo y verlo tocar con tanta talento y naturalidad, como todo aquel que toca con el corazón. Se lo veía fluir con la música, o más bien que la música fluía a través de él en cada interpretación que, me arriesgo a decir, parecían maravillosas improvisaciones. Música del alma, de esa que surge en la inspiración del momento, segundo a segundo.

Luego de un par de temas, extensos,  y tras los merecidos aplausos, el músico realizó la habitual pasada con la gorra y varios le dimos nuestro aporte. Un joven enfrente mío incluso le dejó mucho más dinero de lo habitual, le dedicó varios elogios y se bajó del tren. El músico, en vez de pasar al siguiente vagón, volvió a su lugar y nos regaló dos temas más. Quizás por simple alegría, placer, o tal vez por sentirse contento de haber recibido ese pago extra, vaya a saber por qué, los que quedamos pudimos disfrutar sus melodías rítmicas unos cuantos minuto más.

Al finalizar el inesperado bis, el músico, siempre con una sonrisa, guardó sus instrumentos para disponerse a pasar al siguiente vagón. 

Fue entonces cuando un hombre que estaba parado frente a él le extendió unas monedas, su aporte por la interpretación. El músico se mostró sorprendido, y sin tener la gorra a mano, le mostró un bolsillo de su bolso. Un pasajero reciente, pensamos todos, y el músico también. Y entonces, ocurrió lo inesperado.

Un poco escuchando, otro poco adivinando a partir de los gestos, pude ser testigo del siguiente diálogo:

-Vos recién subiste – afirmó el músico.
- Sí-- dijo el pasajero, dejándole sus monedas en el bolso.
--Pero entonces no me escuchaste— continuó el músico.
--Un poquito, sí, pero estuviste genial—contestó el pasajero.

Y entonces, el músico, sin decir una palabra, volvió a su lugar, acomodó nuevamente su caja, su bongó,  su pandereta, y sonrisa mediante, tocó otra melodía maravillosa, llena de ritmo y de vida. Para este pasajero que, según le pareció, había pagado (aunque fueran unas monedas) por algo que no recibió em forma completa, y para todos los que por tercera vez éramos público privilegiado de su arte.

Al finalizar, tras los aplausos y saludos, esta vez sí el músico pasó al siguiente vagón, el pasajero descendió, y yo me quedé con una sensación de alegría y esperanza, que todavía hoy me resuena. 

Si existen personas así, capaces de gestos tan simples, desinteresados y la vez grandes y bellos, entonces quiere decir que no todo está perdido. Que hay mucha más bondad que maldad y que por cada miseria humana hay muchísima más belleza a nuestro alrededor.

Estoy convencida de que cuando estamos muy mal, lastimados, algunos ángeles bajan a la tierra y se disfrazan entre la gente para tocarnos el corazón y susurrarnos:  --No  pierdas la esperanza.


Andrea García Moral – counselor

ENFOQUE AL SER  Consultoría Psicológica
El Enfoque Centrado en la Persona, desde una mirada Junguiana

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