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De algo estoy segura: si la violencia psicológica dejara
marcas tan visibles como la violencia física, no sería tan frecuente en los
ámbitos de las terapias psicológicas, ni tan comúnmente tolerada.
El abuso emocional ejercido por algunos profesionales (psiquiatras,
psicólogos, counselors y afines) que se supone que están para ayudar y no para
lastimar, es asombrosamente común y
aceptado por la mayoría, tanto de sus colegas como muchos pacientes o
consultantes. Por supuesto, no son
todos, pero sí, lamentablemente, una buena parte.
Son muchas las personas que asisten a distintas terapias
(sean cuales fueren) y encuentran normal, o incluso esperable, que la terapeuta
sea aguda, severa, insistente, inflexible o inclusive cruel (pero con tono amable).
Lo escucho a menudo. Yo misma una vez también pensé que la terapia era eso, que
me ayudaran “a ver lo que no podía ver por mí misma”.
Y soporté retos, enojos, órdenes, menosprecios,
descreimiento, y un sinfín de indicaciones que lo único que hacían era ampliar
más la brecha no sólo entre mí y mi autoestima, sino entre mi psicóloga y yo, entre
lo que ella ya había decidido que era lo mejor para mí, y yo, que “infantilmente”
según ella, me resistía a aceptar esos
cambios en mi vida (siendo que era mía, no de ella). O que le llevaba sueños
“demasiado elaborados”, o que simplemente intentaba hacer lo que me indicaba,
pero siempre fallaba en algo. Nunca era suficiente para ella. Y lo peor, era
que me hacía dudar de mí misma, pues siempre la verdad de lo que pasaba la
tenía ella.
Tardé unos meses en darme cuenta del maltrato, a pesar que al
principio lo negaba, incluso defendiéndola frente a mis amigas, sosteniendo el
conocido cuento de “es que yo me estoy resistiendo y ella me está ayudando a darme cuenta”. Yo también pensaba que llorar a causa de las
acusaciones de mi terapeuta, era por mi bien. Hasta que me di cuenta, poco a
poco, que cada vez eran más sus enojos y mis llantos, y cada vez era menos lo
que yo podía contarle. Hasta que un día una gota colmó el vaso, y me di cuenta
que ya era demasiado abuso. Se lo dije, y no volví más.
Bueno, dirán (y me
dijeron) se trata de una mala profesional, como los hay en todos lados. Pero, ¿saben qué? estoy bastante cansada de
las excusas de “hay malos profesionales”, principalmente porque son muchos más
de los que creemos, y como se da por sentado que esto pasa supuestamente en
pocos casos, nadie dice nada porque cada
uno cree que su caso es el único, que por desgracia justo se tocó con uno de
estos “malos profesionales”. Esto, en el mejor de los casos. En el peor, la gente
deja la terapia o proceso desanimada pensando que otra vez fracasó, que fue su
culpa y no que fue el profesional quien actuó en forma violenta o abusiva,
escudándose en su lugar de poder y en el secreto e impunidad de esas cuatro
paredes.
Y esto es lo que pasa.
El consultante o paciente se va. Nadie se entera, ya que las denuncias sólo
llegan en casos excepcionales y de evidente mala praxis (y muchas veces, ni
siquiera).Y ni hablar cuando el instituto al cual pertenecen lo protege. Todos
siguen pensando lo maravillosa que es esa profesional, y la rueda continúa.
Porque, ¿quién se va a oponer al terapeuta? Si, como nos dicen, nosotros los
pacientes en última instancia “nos estamos resistiendo al cambio” (en el mejor
de los casos, en el peor te cabe algún diagnóstico de trastorno mental, o
ambos). Es decir, ¿a quién le van a creer, si ya está instalado este mito de la
resistencia del paciente o de la no conexión
o “anormalidad” del consultante?
El problema, ya se habrán dado cuenta, es que para muchos
profesionales estas prácticas no son abusivas, por eso se encubren y cuidan
entre sí.
Miro hacia atrás, y recuerdo otro caso muchísimo peor. Y no
escribo sólo porque me pasó a mí, porque tuve la desgracia de cruzarme a estas
personas (muy reconocidas dentro de sus instituciones). No. También escucho
sinfines de casos similares de otras personas, y me pregunto ¿Qué nos pasa que hemos llegado a
naturalizar de este modo la violencia dentro de los consultorios psi?
Siendo que el paciente
– consultante, en definitiva, es el más indefenso por su posición desigual
entre el que sostiene el poder, el conocimiento y la llave de los trastornos
mentales, y el que no.
Cuando digo esto muchos me tratan de loca, exagerada, o de
fanática ortodoxa porque propongo en el ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA una forma de acompañamiento que precisamente
es lo contrario a este sistema conocido. Un modo distinto donde el poder es del
consultante, y donde no hay intervenciones que puedan avasallar o intervenir o
dañar a la persona. Donde se trabaja mucho, siempre acompañando los pasos del
consultante. No son procesos “light” ni breves. No, todo lo contrario, son
sumamente profundos y transformadores, y empoderan a la persona, le devuelven
la dignidad, la liberan de tantas otras opresiones y heridas sufridas.
Hoy recuerdo los comentarios despectivos en las clases, las
barbaridades que escucho se cuecen en el interior de los consultorios, tantas
heridas que quedan ocultas entre cuatro paredes, la gente que una y otra vez
sigue apostando a este sistema tradicional establecido, aceptado y por momentos
perverso, porque piensan que “la terapia es así”, y pienso:
¿Fanática yo? ¿O será que de esto, como de tantas otras
cosas, mejor no hablar?
No hace falta que estés
de acuerdo conmigo ni con mi trabajo. Podés probar esta opción, o tambien hay muchisimos
terapeutas muy buenos en todas las líneas y carreras. Simplemente fijate, si
te lastiman, si te hieren, no te están ayudando.
Andrea García Moral - Counselor - Enfoque Centrado en la Persona
ENFOQUE AL SER - Los mejores recursos están en vos
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