Nos
pasamos la vida buscando afuera lo que ya traemos dentro. Nuestra propia luz que
hace brillar nuestros dones e ilumina nuestro camino.
Pero
muchas veces nos perdemos en un laberinto de espejos, persiguiendo metas ajenas
(tomadas como propias) cuando seguimos ilusiones proyectadas por nuestra falta de confianza en nosotros mismos.
Si
no confiamos en lo que somos y valemos, es lógico que tomemos prestada la brújula de algún otro que creemos
tiene aquellas cualidades que nos negamos a nosotros mismos. Seguimos su luz guía y tapamos la propia por considerarla dañada y
defectuosa.
¡Y
después nos asombra ver cuánto nos cuesta avanzar, por más que nos exigimos y
agotamos, sin llegar a ninguna parte!
Esto
pasa porque no son nuestros caminos, no es allí adonde debemos llegar y no es esa
nuestra brújula.
Creo
que nos da miedo brillar. Nuestra propia luz nos atemoriza. Parece una
contradicción, pero para muchos es así.
Porque
cuando brillamos con luz propia, nos exponemos a la mirada de los otros. Y si
todavía estamos muy condicionados, atemorizados por el juicio condenatorio de
los otros, es obvio que nuestra luz nos parecerá un peligro enorme.
Si
vivenciamos el brillar como ser marcado para la eliminación, es obvio que no
querremos iluminar ni un poquito más allá de lo imprescindible.
Pero
lo cierto es que nadie nace con algo que no le corresponda por derecho propio.
Nuestros
dones y talentos nos fueron dados para ser cultivados, disfrutados y ofrecidos,
no negados ni sufridos.
Si
sentimos nuestra luz como un peligro, puede ser porque estemos vibrando con
algún registro del pasado remoto (ya sea propio, ancestral o arquetipal) de
experiencias de castigo y muerte.
Aun
sintiéndose como reales, nuestros miedos (la inmensa mayoría) están basados en
experiencias pasadas muy remotas, y que
no existen ni tienen cabida en el aquí y ahora.
Es
como si viviéramos en base a ecos, proyecciones de escenas pasadas, y que por
temor a repetirlas limitamos nuestras acciones, moviéndonos en escenarios
irreales y superpuestos a lo que verdaderamente nos toca recorrer, aquí, en
nuestra vida.
Imaginen
un mundo de experiencias antiguas e inconscientes proyectándose como hologramas
sobre nuestra realidad. Así, aunque estemos en la más verde pradera, si vemos
un mundo proyectado, un temible desierto hostil, nos moveremos en base a lo que
vemos, y seguiremos de largo el fresco manzano, lamentándonos por nuestro
trágico destino y el hambre que sufrimos.
Pero,
como somos una gran unidad, enorme, amplísima, muchos de nuestros sentidos sí
perciben todo el tiempo esa otra realidad. Y por eso, aunque no veamos las
manzanas jugosas, nuestro olfato, por ejemplo, sí las reconoce y las detecta. Y
nos avisará que el alimento está allí mismo, que solo necesitamos estirar la
mano y tomarlo. Pero ¡ay! estamos condicionados a guiarnos muy limitadamente,
rechazando gran parte de lo que percibimos e intuimos. Y así seguimos viendo
sólo el cruel y árido desierto…
Es
entonces cuando se entablan grandes batallas en nuestro interior. Porque vemos
y no vemos al mismo tiempo. Nos peleamos, nos lastimamos y enfermamos.
Por
supuesto, si estamos convencidos de estar en el desierto, es porque también nos
hemos rodeado de personas que nos confirman dicho desierto. Y quizás para el
otro ¡el sueño de su vida sea ser un beduino cabalgando las áridas arenas! El
error es nuestro, pensando que el goce del otro tiene que ser idéntico goce
para nosotros también.
Nos
equivocamos y enfermamos por tanto
recorrer paisajes ajenos. Y nos
preguntamos, asombrados ¿cómo es que nos golpeamos tanto? ¡Y como no va ser
así, si nos pasamos la vida chocando
contra objetos que tenemos delante, pero que nos empecinamos en no querer
mirar!
Es
gracioso pensar que tenemos el alma toda magullada, de puro cabezaduras nomás…
Pero,
como esto de ser una inmensidad es toda una ventaja, mucho de nosotros que
queda fuera de nuestra pequeña conciencia, nos llama todo el tiempo.
Y
cuando finalmente nos damos por vencidos (más por agotamiento extremo que por
decisión propia) exclamamos: ¡A ver!
¿Qué tanto es lo que me querés mostrar?? Y la respuesta llega como un regalo.
Hace
falta mucho amor para sanar la percepción de brújula dañada. Pero cuando es
sanada y reconocida, su luz y amor es innegable. Nos obliga a un compromiso con
nosotros mismos que ya no queremos evitar.
De
allí en más, a caminar con amor, confianza y energías renovadas. Que después de todo, tantos magullones no
fueron en vano. Todo llega en el momento justo, y con la experiencia adecuada.
Counselor Andrea García Moral
ENFOQUE AL SER – Consultoría psicológica
Facilitación de procesos de cambio y desarrollo
personal, desde el Enfoque Centrado en la Persona y el Pensamiento Junguiano.
Consultas: enfoquealser@gmail.com
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