lunes, 30 de mayo de 2016

No ocultes más tu luz ¡Anímate a brillar!


Nos pasamos la vida buscando afuera lo que ya traemos dentro. Nuestra propia luz que hace brillar nuestros dones e ilumina nuestro camino.
Pero muchas veces nos perdemos en un laberinto de espejos, persiguiendo metas ajenas (tomadas como propias) cuando seguimos ilusiones proyectadas por nuestra  falta de confianza en nosotros mismos.


Si no confiamos en lo que somos y valemos, es lógico que tomemos  prestada la brújula de algún otro que creemos tiene aquellas cualidades que nos negamos a nosotros mismos.  Seguimos su luz guía  y tapamos la propia por considerarla dañada y defectuosa.

¡Y después nos asombra ver cuánto nos cuesta avanzar, por más que nos exigimos y agotamos, sin llegar a ninguna parte!  
Esto pasa porque no son nuestros caminos, no es allí adonde debemos llegar y no es esa nuestra brújula.

Creo que nos da miedo brillar. Nuestra propia luz nos atemoriza. Parece una contradicción, pero para muchos es así.

Porque cuando brillamos con luz propia, nos exponemos a la mirada de los otros. Y si todavía estamos muy condicionados, atemorizados por el juicio condenatorio de los otros, es obvio que nuestra luz nos parecerá un peligro enorme.
Si vivenciamos el brillar como ser marcado para la eliminación, es obvio que no querremos iluminar ni un poquito más allá de lo imprescindible.

Pero lo cierto es que nadie nace con algo que no le corresponda por derecho propio.

Nuestros dones y talentos nos fueron dados para ser cultivados, disfrutados y ofrecidos, no negados ni sufridos.

Si sentimos nuestra luz como un peligro, puede ser porque estemos vibrando con algún registro del pasado remoto (ya sea propio, ancestral o arquetipal) de experiencias de castigo y muerte.

Aun sintiéndose como reales, nuestros miedos (la inmensa mayoría) están basados en experiencias pasadas  muy remotas, y que no existen ni tienen cabida en el aquí y ahora.

Es como si viviéramos en base a ecos, proyecciones de escenas pasadas, y que por temor a repetirlas limitamos nuestras acciones, moviéndonos en escenarios irreales y superpuestos a lo que verdaderamente nos toca recorrer, aquí, en nuestra vida.

Imaginen un mundo de experiencias antiguas e inconscientes proyectándose como hologramas sobre nuestra realidad. Así, aunque estemos en la más verde pradera, si vemos un mundo proyectado, un temible desierto hostil, nos moveremos en base a lo que vemos, y seguiremos de largo el fresco manzano, lamentándonos por nuestro trágico destino y el hambre que sufrimos. 

Pero, como somos una gran unidad, enorme, amplísima, muchos de nuestros sentidos sí perciben todo el tiempo esa otra realidad. Y por eso, aunque no veamos las manzanas jugosas, nuestro olfato, por ejemplo, sí las reconoce y las detecta. Y nos avisará que el alimento está allí mismo, que solo necesitamos estirar la mano y tomarlo. Pero ¡ay! estamos condicionados a guiarnos muy limitadamente, rechazando gran parte de lo que percibimos e intuimos. Y así seguimos viendo sólo el cruel y árido desierto…

Es entonces cuando se entablan grandes batallas en nuestro interior. Porque vemos y no vemos al mismo tiempo. Nos peleamos, nos lastimamos y enfermamos.

Por supuesto, si estamos convencidos de estar en el desierto, es porque también nos hemos rodeado de personas que nos confirman dicho desierto. Y quizás para el otro ¡el sueño de su vida sea ser un beduino cabalgando las áridas arenas! El error es nuestro, pensando que el goce del otro tiene que ser idéntico goce para nosotros también.

Nos equivocamos y enfermamos  por tanto recorrer paisajes ajenos.  Y nos preguntamos, asombrados ¿cómo es que nos golpeamos tanto? ¡Y como no va ser así, si  nos pasamos la vida chocando contra objetos que tenemos delante, pero que nos empecinamos en no querer mirar!

Es gracioso pensar que tenemos el alma toda magullada, de puro cabezaduras nomás…

Pero, como esto de ser una inmensidad es toda una ventaja, mucho de nosotros que queda fuera de nuestra pequeña conciencia, nos llama todo el tiempo.
Y cuando finalmente nos damos por vencidos (más por agotamiento extremo que por decisión propia) exclamamos:  ¡A ver! ¿Qué tanto es lo que me querés mostrar?? Y la respuesta llega como un regalo.

Hace falta mucho amor para sanar la percepción de brújula dañada. Pero cuando es sanada y reconocida, su luz y amor es innegable. Nos obliga a un compromiso con nosotros mismos que ya no queremos evitar.

De allí en más, a caminar con amor, confianza y energías renovadas.  Que después de todo, tantos magullones no fueron en vano. Todo llega en el momento justo, y con la experiencia adecuada.

Counselor Andrea García Moral 

ENFOQUE AL SER – Consultoría psicológica

Facilitación de procesos de cambio y desarrollo personal, desde el Enfoque Centrado en la Persona y el Pensamiento Junguiano.


Consultas: enfoquealser@gmail.com

Seguinos en  Facebook:   www.facebook.com/enfoquealser




No hay comentarios:

Publicar un comentario