“Y un día te encontrarás contigo, te amarás
con locura, y no dejarás que nadie te manipule, te lastime o te haga sufrir; y
así serás feliz.”
(del muro de Dannah Beck, Ignoro el autor)
Esta
frase tan bella resonó en mí y en muchos de ustedes. Evidentemente, es algo que
todos esperamos alcanzar.
Pero
¿cómo llegamos a estar tan alejados de nosotros mismos, para que el
encontrarnos sea algo tan anhelado?
Cuando
nacemos somos una unidad, pero nuestro “yo” se va construyendo gradualmente, a
medida que crecemos. Sin embargo, todos venimos con un centro de valoración
interno, altamente eficaz, que nos permite discernir qué cosas son necesarias
para nuestra supervivencia, y cuáles son dañinas. Es un núcleo vital: comer,
dormir, mantener una temperatura estable, y por supuesto, recibir amor. Ya se
sabe que un bebé alimentado y cuidado, pero sin un mínimo de cariño, se muere.
Y
tan importante es recibir amor, que esta variable ocupará el primer lugar en nuestro
rango de necesidades a satisfacer.
Y
es también el comienzo del problema. Según el psicólogo norteamericano Carl Rogers,
el bebé/niño lentamente irá cambiando su
foco de valoración interno, para ajustarlo de acuerdo a las reacciones de sus
padres. Comenzará a modificar su percepción de bueno-malo,
agradable-desagradable, me gusta-no me gusta, según lo halaguen o reprendan los
adultos de crianza. Para no hacerlos enojar demasiado (que para un bebé o niño
pequeño significa perder el cariño de mamá o papá), empezará a modificar su
percepción para reemplazarla por lo que sus padres le dicen que “es”, para
asegurarse el seguir sintiéndose amado.
Algunas
emociones, deseos, conductas, serán modificadas, alterando lo que realmente
siente por lo que “debería sentir”. Esto que se realiza gradualmente, muy
pronto lo llevará a desconfiar de su afinada intuición y sensación corporal, a
tal punto que comenzará a percibir y sentir en base a lo que ha aprendido. De
pequeño no tiene los recursos para sostener el conflicto “yo quiero esto aunque
me digan que debería querer aquello” (aunque lo intenta ¡y con qué fuerza!),
entonces finalmente opta por anular la opción más dañina. Si lo que siente o
intuye le trae problemas, entonces a la larga esa función intuitiva se
debilitará. Quedará inaudible hasta el momento en que comience realmente a
cuestionarse a sí mismo (generalmente de adulto).
Y
no estamos hablando de una familia muy disfuncional. Esto pasa habitualmente, sin
que nos demos cuenta, y con nuestras mejores intenciones (Vean por ejemplo: http://enfoquealser.blogspot.com.ar/2013/11/tengo-frio-o-tengo-calor-que-dice-mama.html ) Como
padres, lo hacemos sin querer, pues no estamos entrenados en el arte de criar
con escucha empática. (Podemos mejorar, eso sí).
Si
fuera “mamá dice que esto me debería
gustar, pero aunque no me guste lo hago igual para que no se enoje”, ¡estaría
genial! pues el niño sigue en contacto con lo que a él le gusta, y se considera
separado de lo que opine su madre, aunque la obedezca. ¡Bárbaro! Sigue siendo
autorreferente, y si sostiene esto todo el tiempo, sería la situación ideal.
El
problema es cuando el “te gusta, no te gusta” ajeno a lo que siente el niño pasa
a ser “ME gusta, no ME gusta”. Este pensamiento queda internalizado como
“propio”. El yo empieza a asumir cuestiones ajenas como propias, sin diferenciarlas.
Estos
modos de suplantar la vivencia propia por la experiencia ajena, se van haciendo
automáticos a medida que crecemos. Tanto
que después lo hacemos solos, todo el tiempo, y sin darnos cuenta. Adoptamos
cruzadas ajenas como propias, y es allí cuando nos damos repetidamente contra
la pared.
Y
para peor, este nuevo foco debe reprogramarse continuamente para ajustar la
imagen que nos devuelve de nosotros mismos, basándose en las respuestas que
obtiene de los demás. Ya no hacemos pie en nuestro centro. Y ahí es cuando nos sentimos tan alejados de
nosotros mismos, porque ya no podemos escucharnos.
Pero,
por suerte un día nos sentimos mal. No estamos en armonía. Esto que pensamos,
queremos, no nos está llevando a ningún lado. Sentimos que algo no anda bien. Quizás
hasta nos enfermamos. Empezamos a sospechar de la veracidad de nuestras ideas o
fundamentos. Recién cuando nos atrevemos a cuestionarnos profundamente, es
cuando podemos empezar a cambiar.
¿Alguno
de ustedes sabe realmente qué es lo que desea en su vida? ¿Qué es lo que busca?
¿Cuáles son sus verdaderos sueños? ¿Por qué cae continuamente en relaciones
dolorosas o complicadas?
¿Cuánto
de todo lo que piensa o siente, aquello por lo que lucha, le pertenece
realmente?
Si
comprendemos que estamos orientando nuestra vida en base a ideas y deseos
ajenos, podemos empezar a cambiar nuestra realidad.
Podemos
volver a ejercitar el ser autorreferentes: ¿qué pienso YO de esto o aquello, o
qué siento YO, o qué deseo hacer YO? ¿Hago esto porque YO así lo quiero, o
estoy cumpliendo necesidades de otra persona, creyendo que también son mías?
Nuestra
psique-cuerpo es el instrumento más fino y perfecto para percibir y discernir
qué caminos tomar, qué relaciones cortar o qué amistades cultivar. Utiliza
nuestra intuición para conectar nuestro Ser con nuestros sueños.
El
Enfoque Centrado en la Persona desarrollado por Rogers, te ayuda precisamente a
poder despejar todas estas interferencias de mandatos, ideas y necesidades
ajenas, para acercarte y escuchar tu propia voz. Aprendes a fortalecer y usar tu Intuición.
Como
servicio de acompañamiento psicológico, el Enfoque se diferencia de las
terapias tradicionales, en que trabaja a través de la escucha empática, la
reflexión, la aceptación plena y la congruencia, y se complementa perfectamente
con cualquier otra técnica o disciplina de introspección o autoconocimiento que
ya estés practicando.
A
fin de cuentas, se trata de encontrar el camino hacia ese día en que “te encontrarás contigo, te amarás con
locura, y no dejarás que nadie te manipule, te lastime o te haga sufrir; y así
serás feliz.”
ENFOQUE
AL SER
Consultorio individual, parejas, adolescentes +18, adultos.
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