"Haceme preguntas por favor..."
Eso me dijo una consultante, a mitad de nuestro primer y único encuentro. Con los ojos llenos de lágrimas, tratando de quebrar ese silencio de apenas segundos, en los cuales la barrera que contenía su profunda tristeza, amenazaba con quebrarse.
Eso me dijo una consultante, a mitad de nuestro primer y único encuentro. Con los ojos llenos de lágrimas, tratando de quebrar ese silencio de apenas segundos, en los cuales la barrera que contenía su profunda tristeza, amenazaba con quebrarse.
Me lo pedía
con la voz, me lo suplicaba con la mirada. Sentí que reflejarle esa emoción
sería empujarla a ese lugar del que deseaba escapar, así que accedí y le
pregunté acerca de su vida. De inmediato
su expresión se relajó, y claro, me contó de su familia, sus cosas, etc. Pero
las respuestas eran lo de menos, lo notable era el alivio que expresaba su
cuerpo, sus ojos, por haber evitado contactar con ese dolor terrible, inexpresable.
Ese breve
encuentro me dejó esta inquietud que aún hoy me resuena:
¿Cuántas veces las personas estarán esperando las preguntas del
terapeuta, no para encontrar la respuesta a su problema, sino justamente para
esquivar el mismísimo núcleo del problema?
¿Preguntas que alejan, en vez de acercar?
¿Preguntas que sirven para agitar las aguas, porque si las dejáramos
quietas como se hace en el Enfoque, el observar su propio reflejo les resultaría intolerable?
Muchas personas esperan que sea el terapeuta el que dirija la consulta con preguntas e intervenciones y su devolución o explicación del problema. Es natural, mucha gente trabaja así y eso es lo que se espera de la psicología tradicional.
Yo sigo
pensando que nadie mejor que uno mismo para saber cómo es su paisaje interior,
y por dónde recorrerlo. El otro, el de afuera, en todo caso puede mostrarme su
versión de mi paisaje, y llevarme por caminos descubiertos por él, pero no por
mí. Y yo puedo elegir seguirlo, sabiendo
que si sigo el camino trazado por otro, hay menos chances de caer en mis
propios abismos, muy ocultos, intuidos aunque no explorados.
En otras palabras,
si sigo la hipótesis de otro, por más agudo y eficaz que sea, nunca será tan
preciso como mi propio camino. ¿Pero por qué lo hago? ¿Por qué seguir el camino
de otro?
Si me dejo
llevar por las preguntas y la línea de pensamiento de otro, evito tener que enfrentarme con mi propio
silencio, mi propia falta de respuestas, mi miedo a encontrarme indefensa, a no
saber quién soy, a enfrentar aquello que quise olvidar.
Si dejo que
sea el otro, el terapeuta, el que trabaje y yo lo sigo, también dejo en sus
manos la responsabilidad del proceso. Pues, en todo caso, si no sale como
esperaba, la culpa será del profesional que no me aconsejó bien, y no mía. Yo
hice lo que me sugirió.
Y así, sigo
evitando encontrarme conmigo misma. En el fondo es una trampa, pero como ya
está armada así, que uno es el que sabe y pregunta y aconseja, y otro es el que
no sabe, no puede y se deja guiar, el sistema sigue funcionando y nadie parece notarlo.
Pero, ¿qué pasa
cuando DECIDO encontrarme con una persona que trabaje desde el Enfoque, desde
la Empatía y la Confianza? En ese caso, deberé estar preparada para encontrarme
cara a cara con mi vulnerabilidad, con mi miedo, con mi falta de respuestas.
Con mi reflejo limpio, sin ondas que lo agiten ni deformen. ¿Puedo hacerlo?
CONÓCETE A TI MISMO. (No a la versión que los otros tienen de ti)
Por ejemplo,
si no tengo nada para decir…. Tendré que hacerle frente a este hecho, quizás
terrible: no tengo nada para decir… porque siempre esperé a que fueran los otros,
los demás, los que hablaran por mí. ¿Y mi voz? ¿Dónde quedó mi voz? ¿Cuándo fue
que sentí que mi propia voz no sería escuchada, y necesite entonces ser a través
de otros? Otros con más autoridad que yo para decirme cómo ser, cómo sentirme,
cómo comportarme, etc.
Y siendo un
esquema tan incorporado, lo sigo repitiendo incluso en la terapia. Estoy tan acostumbrada
a creer que el otro sabe mejor que yo lo que me pasa, que espero, exijo que sea
ese otro el que me diga qué tengo que hacer,
y cómo. Y además le pago para que lo haga.
¿Cuándo
comenzó todo esto? ¿Puedo animarme a pensarlo? Puede ser una gran lista…
Y la lista continúa
hasta que pueda encontrarme con el valor de enfrentar mi propio reflejo y decir,
por ej.: me doy cuenta que siempre usé una voz prestada. Me doy cuenta que no me gusta lo que veo en mi reflejo. Me doy
cuenta que prefiero escuchar al terapeuta, obedecerle y en última instancia
echarle la culpa antes que escucharme a mí misma. Me doy cuenta que me aterra
que me duela, que me duela tanto que no lo soporte.
Me doy
cuenta… que ya estoy lista para empezar
a ser Yo Misma.
CONÓCETE A TI MISMO. (No a la versión que los otros tienen de ti)
Andrea García Moral
Autoconocimiento y Desarrollo Personal
Desde el Enfoque Centrado en la Persona y la Cosmovisión Junguiana.
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