martes, 29 de abril de 2014

¿De qué sirve saber Escuchar?

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¿De qué sirve saber Escuchar, cuando la gente no desea ser Escuchada, sino ser guiada?

¿Es acaso tan terrible, tan difícil, tan atemorizante la Libertad? La auténtica Libertad, esa que nos conduce por el camino para ser ” UNO-MISMO”, y no  “COMO-EL-OTRO-ME-DICE-QUE-PODRIA-SER”.

¿A qué profundos abismos teme asomarse la persona,  que prefiere ser guiada por caminos ajenos, harto conocidos y mil veces fallidos, a tener la oportunidad de convertirse en su propia guía?

¿Se puede ser Si-Mismo buscando siempre que sea el otro el que aconseje, dirija, opine o recomiende?


No puedo,  ni quiero resolverle los problemas a nadie. 

No sirvo para decirle a la gente lo que tiene que hacer con su vida. Ni siquiera con su situación actual. Porque… ¿Cuántas variables me contó? ¿Cuántas me ocultó deliberadamente? ¿Cuántas ni siquiera imagina que existen y actúan desde su inconsciente? ¿Y de todo eso, todavía se espera que yo exprese una “recomendación”? 

Yo sirvo para escuchar.  ESCUCHAR con mayúsculas. Que no es quedarme callada. Implica acompañar, aceptar, no juzgar, no discriminar, no sospechar, no interpretar, no revisar el DSM mentalmente, no dudar, no desconfiar, no tener miedo. No es poca cosa. Es muy infrecuente. Quizás demasiado. Quizás por eso esté pensando en dedicarme a otra cosa, porque total, ¿para qué saber escuchar, si en definitiva casi nadie desea ser escuchado?

Donde muchos profesionales solo ven problemas, diagnósticos, etiquetas, trastornos, episodios, delirios… yo solo veo pura normalidad. Puro sentido. Una vida desbordante de sentido.  Y no lo hago a propósito. No me esfuerzo en ello. Simplemente ocurre.

Hasta ahora, nada de lo que he escuchado me ha parecido una insensatez. Quizás sea porque de manera automática se me representa una imagen sistémica de la situación (quizás producto de mi formación anterior como analista de sistemas), donde en forma simultánea  todos los elementos, hechos, personajes, ocupan cada uno su lugar, y donde entonces todo el accionar de mi consultante (paciente para los doctos) es sentido puro. Su vida, es lo más sensato que puede haber. Lo que no le quita sufrimiento, ni significa que sea algo que no pueda ser cambiado. 

Pero es este sentido que yo le encuentro, con el que vibro naturalmente, el que recibe también la persona en la consulta. Y es desde este acompañamiento y trabajo mutuo que surge, como agua cristalina de una fuente oculta por décadas, el fabuloso valor del sentido y la valía propia. 

La persona se da cuenta que no está loca. Que todo lo que hizo, pasó y sufrió hasta llegar a la situación presente es tan maravillosamente lógico, que siempre, siempre, está  de fondo la orden primordial: “defender la propia vida; mantener viva la creatividad y la esencia original; doblarse, pero no quebrarse; ocultarse hasta que llegue el momento propicio”. Sabiduría organísmica pura.

Para ese tipo de escucha sirvo yo…

¿Le sirve esto a todo el mundo? Evidentemente  NO.

¿Hay suficientes buscadores introvertidos en la ciudad de Buenos Aires? Y si los hay, ¿dónde están?

Buscadores intrépidos, que no tengan miedo de sus propios abismos. 

Gente introvertida, sensible, perceptiva. Gente herida. Muy herida. Quizás demasiado.

Gente que ya ha bajado los brazos y los ha vuelto a levantar tantas veces, que duele.

Gente que ha sido pisoteada, anulada, que su luz enceguecía tanto que fue aplastada ni bien comenzó a asomar…

Gente herida, gente sensible, gente hermosa.

Gente que fue diagnosticada, lastimada, juzgada, etiquetada, y que aun así, sobrevive, buscando su dignidad y su lugar en el mundo.

Gente valerosa, hermosa, preciosa…

Se requiere mucho valor para atravesar el extenso puente colgante que conecta el abismo entre lo que creemos que somos y lo que realmente somos.

Y también mucho valor de parte del que acompaña al otro en ese puente tambaleante y frágil de su propia existencia. Porque créanme, esos puentes colgantes se sacuden, y muy fuerte.

Porque yo fui en parte una de esas “gente”, sé lo que se sufre. Y sé lo que se siente no ser escuchada. Y sé lo que duele ser etiquetado y lastimado. Sé lo que duele estar lejos de mí.

Quizás por eso también sé acompañar, Escuchando.

Pero no sé guiar, no sé recomendar, y no sé dar consejos. Ni puedo. Ni quiero.

El que fue herido, atacado, anulado… ya no quiere más consejos de nadie. Ya pasó por todos los gurúes, ya visitó varios infiernos, y se dio cuenta que nada de eso sirve. Que nadie más que él mismo tiene las respuestas. Que sólo necesita una mano amiga, valiente (muy valiente) que lo acompañe a recorrer su propio abismo, y que no lo suelte, ni afloje, ni abandone.

Ese, seguramente, sea el que pueda valorar mi escucha.

El resto, simplemente pensará que no hago nada.



Andrea García Moral
Autoconocimiento y Desarrollo Personal
(sólo para buscadores intrépidos) 

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