lunes, 22 de julio de 2013

EL MIEDO, ese eterno oponente en nuestras travesías


Dibujo de Carl G. Jung


En el viaje para llegar a ser nosotros mismos, forzosamente debemos atravesar aguas tormentosas   que alojan nuestros miedos más profundos.  Si fuese tan fácil atravesar esos mares con sólo desear hacerlo, de seguro no existirían los mitos, ni las leyendas, ni los cuentos ni las obras de arte.  Así como tampoco las diversas ciencias y no tanto, del alma y de la mente. Debe ser todo un tema eso de los miedos.

Considero fundamental no menospreciar el poder del temor propio ni ajeno. Es evidente que no se trata de “si quiero, puedo”.  Ni mucho menos al referirnos a un otro: “Lo que pasa es que no quiere cambiar / escuchar/ hacer esto o aquello”.  O peor: “Lo que pasa es que está cómoda así / obtiene un beneficio oculto/ se queja para llamar la atención / si quisiera ya lo hubiera hecho “ etc. , etc. 

Cuando yo acompaño a una persona en su proceso de búsqueda interior, es importante hacerme estas preguntas una y otra vez: ¿Estoy brindando una escucha verdaderamente empática? ¿Puedo realmente ponerme en el lugar del otro? ¿Estoy dispuesta a que la realidad de ese otro modifique lo que yo misma entiendo por mi realidad? ¿Realmente puedo aceptarlo/a tal como es, y no como quiero que sea? ¿Tengo plena confianza en que esa persona tiene dentro de sí la sabiduría innata y los recursos necesarios para encontrar su propio camino? ¿Estoy dispuesta a respetar sus tiempos? ¿Estoy dispuesta a encontrarme con todo lo que me pase a mí durante ese encuentro?

DEFINITIVAMENTE  SÍ;  siempre y cuando: 

Yo misma me permita encontrar mi propio espacio adecuado para ser mirada de esa manera. Me permita ser aceptada como soy, y no como creo que debería ser para que me quieran. Aceptar que yo también tengo mis temores, y que cuando mi escucha falla, no es porque la otra persona no se conecta, ni tampoco porque decrece mi confianza en ella, sino porque entre esa persona y yo, se interpuso un miedo mío, un fantasma que no me deja verla tal como es, y que me limita en mi experiencia.

En el momento en que logro reconocer que un  miedo mío se interpuso, es cuando puedo hacerlo a un lado, para vérmelas con él, en otro tiempo y espacio más adecuado. Y soy entonces aún más capaz que antes de ser una buena compañera de travesía. Aceptante y respetuosa, a su lado, y nunca adelante.

Entonces, ese espacio, donde mi trabajo es acompañar a esta otra persona en su propio viaje interior, vuelve a quedar limpio, para seguir navegando juntas y seguras por sus propias aguas tormentosas.

A su tiempo, a su ritmo, pues todos estamos en la misma travesía: todos, como podemos, enfrentando nuestros propios miedos.  ¿Y para qué?  Pues, nada más y nada menos, que para sentir amor. Sentirnos dignos de recibir amor y de dar amor. Sentirnos amables, queribles, respetables y aceptables. Ser queridos tal y como somos. Y no como pensamos que debemos ser para que nos quieran.



Andrea García Moral – counselor
                      
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El Enfoque Centrado en la Persona  dentro de una  Cosmovisión Junguiana.

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