La
empatía, una de las bases del Enfoque Centrado en la Persona, empieza siempre
en la relación con uno mismo.
Tengo
que poder conectarme conmigo, con lo que me pasa, para luego poder conectarme
con los demás.
Muchas
de las reacciones molestas que nos provocan las personas, responden a
necesidades propias insatisfechas. Cuando queremos mover a una persona de donde
está y nos enojamos si se niega, debemos reconocer nuestra propia necesidad de
que esa persona se mueva de allí, independientemente de sus reacciones.
Si
no hay posibilidad de diálogo, si la otra parte no está dispuesta a escuchar,
entonces el vínculo se nos vuelve como un juego de frontón, y lo que nos queda
por hacer es ser empáticos con nosotros mismos ante la inamovilidad del otro.
En
la medida en que puedo conectarme profundamente con lo que me pasa, todo lo que
me rodea adquiere mayor claridad. El cristal se limpia de adentro hacia afuera.
Lo
importante es poder darme cuenta, percibir en qué medida me afecta lo que está
sucediendo, poder identificar las distintas emociones que estoy sintiendo, sin
excluir ninguna. Indagar profunda y
honestamente dentro de mí para luego
poder decidir con más claridad y actuar en consecuencia.
Escuchar.
¡Qué
importante es detenernos a escuchar (y escucharnos)! Cuanto más profundizo en
esto, más me doy cuenta de su importancia.
Como
el acto mismo de la autorreflexión y contemplación requiere una pausa y un
mirar hacia adentro, este movimiento nos corre del actuar hacia afuera en modo
automático.
Esos instantes de parar y conectarnos antes de
actuar, son los que nos permiten evitar situaciones innecesarias.
Cuando
reaccionamos emocionalmente a algo, en forma automática o desproporcionada, es
porque nos movemos (emoción: latín= emotio: movimiento o impulso) en base a
complejos, estructuras psíquicas muy cargadas afectivamente y que actúan dentro
nuestro de manera absolutamente independiente, según Jung.
Estos
complejos responden a determinados estímulos
en forma automática y
estereotipada, vale decir, casi siempre del mismo modo, y con mucha
emocionalidad. Son como programas que tenemos grabados (propios o heredados) y
que se ejecutan cuando reciben la instrucción adecuada. Toman el control de
nuestro yo, y ahí es cuando hacemos y decimos cosas que, al provenir de la
sombra salen mal y muchas veces nos ocasionan disgustos, malos entendidos, e
incluso peleas que en otro momento de calma o reflexión hubiéramos podido evitar.
Todos
estamos conformados por infinidad de estos complejos. Podemos neutralizar sus
efectos o reconocerlos cuando aparecen,
si es que nos entrenamos en el proceso de autoconocimiento y empatía, de una
manera amorosa, honesta y comprometida con nosotros mismos.
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